jueves, 15 de noviembre de 2007

Condenados impugnes

Por Eulalio Almonte-Rubiera

Franz Fanon describía a los pobres, a los que quedan medio sepultos entre la brecha. social, como “los condenados de la tierra.”

Hay otros que no por pobres son pasibles de condenación, sino por actitudes perversas frente a la misma sociedad de la que se sirven, y a la que simulan entrega.

Caminan esos ‘condenados’ impugnes sobre los cuerpos mancillados de los que abrevan en norias contaminantes salidas de discursos de líderes sin escrúpulo, traficantes de miseria.

La historia es rica en ejemplos.

Simón Bolívar, el libertador de pueblos, cuyos huesos no descansan tranquilos a resultas del lastimero gemir de sus ‘libertos’, como también nos sucede aquí con los que Duarte llego a creer serian hijos de la luz que debió de emanar de sus gritos libertarios.

Condenados una y otra vez seremos los que desde cualquier lugar pretendamos levantar la copa de la dignidad, si no apuramos el paso y nos levantamos frente a las huestes malvadas de sicarios con pretensiones redentoras. ¡Apurémoslos, pues, porque es hora de mirar a los ojos a los encantadores de serpientes!

He dicho que la historia es rica en ejemplos, pero solo quisiera citar uno, el dado por el propio Bolívar, cuyo testimonio de amargura trasciende los tiempos, y que dejo plasmado en esta carta a su entrañable y adorada Fanny.

Leamos su última Carta:

A Fanny du Villar

San Pedro Alejandrino,
06 de Diciembre de 1830

Querida prima:

Te extrañará que piense en ti al borde del sepulcro.

Ha llegado la ultima aurora; tengo al frente el Mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma por grandes tempestades, a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra, con sus viejos picos coronados de nieve impoluta como nuestros ensueños de 1805; por sobre mi, el cielo mas bello de América, el mas grandioso derroche de luz...

Y tu estas conmigo porque todos me abandonan, tu estas conmigo en los postreros latidos de la vida, en las ultimas fulguraciones de la conciencia.

¡Adiós Fanny! Esta carta llena de signos vacilantes, la escribe la mano que estrecho la tuya en las horas del amor, de la esperanza, de la fe, esta es la letra que iluminó el relámpago de los cañones de Boyacá y Carabobo, de Trujillo y del mensaje al Congreso de Angostura... No la reconoces ¿Verdad? Yo tampoco la reconocería si la muerte no me señalará con su dedo despiadado de batalla dando frente al enemigo, te daría mi gloria, la gloria, la gloria que entreví a tu lado, a los campos de un sol de primavera.

Muero, miserable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores, victima de inmenso dolor, presa de infinitas amarguras. Te dejo en mis recuerdos, mis tristezas y las lágrimas que no llegaron a verter mis ojos ¿No es digna de tu grandeza tal ofrenda?

Estuviste en mi alma en el peligro, conmigo, presidiste los consejos de gobiernos, tuyos fueron mis triunfos y tuyos mis reveses; tuyo son también mi ultimo pensamiento y penas postrimeras.

En las noches galantes del Magdalena vi desfilar mil veces la góndola de Byron por los canales de Venecia, en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras pero no ibas tu; porque tu has flotado en mi alma mostrada por níveas castidades.

A la hora de los grandes desengaños; a la hora de las últimas congojas, aparecen ante mis ojos moribundos con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras, y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas, y en tu voz escucho las dianas inmortales de Junín y Bomboná. ¿Recibiste los mensajes que te envié desde la cima de Chimborazo?

Adiós Fanny, ¡Todo ha terminado!

Juventud, ilusiones, sonrisas y alegrías se hunden en la nada; solo quedan tú como visión seráfica, señoreando el infinito, dominando la eternidad. Me tocó la misión del relámpago; rasgar un instante de la tiniebla; fulgurar apenas sobre el abismo, y tornar a perderme en el vacío.

Bolívar.

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