Quiero insistir en lo que parece una actitud asumida desde el litoral oficialista para maniobrar con el propósito de evitar que los dominicanos, con o sin bandería política, participen de la discusión de temas nacionales que son de su muy particular interés, y que no necesariamente tienen que ser del aprecio de cierto liderazgo político aunque anda en procura de su favor para, en un descocado ‘sacrificio’ tan grande como el de Jesús, redimir al país de todo el pecado que se sintetiza en la gran deuda social acumulada.
Miguel Vargas, primero, y luego el candidato del Partido Reformista, Amable Aristy, han dicho que no tienen nada que les impida participar de un debate en el que teniendo a la Nación como testigo, transparentar ante las cámaras de la Televisión todo cuanto en estos momentos constituya tema de oferta electoral, incluyendo aquellos temas que eventualmente pudieran tocar puntos neurálgicos de sus actividades publicas o privadas.
En vez de resultar en una gran oportunidad para convencer al electorado de las bondades de cada oferta, el vocablo “debate” ha devenido en una mala palabra con connotaciones mas allá de lo que podría significar llamar ‘hijote’…” a un cibaeño y logrado desatar los pichones y demonios del insulto, la diatriba, la maledicencia, la descalificación y no sabría ya decir cuantas cosas mas salidas del putrefacto infierno en que habita la conciencia de quienes estimábamos gente sobria y hasta educada.
Ha provocado tanto ruido la reiterada solicitud del dichoso debate, que casi consigue acallar las voces de quienes piden que se les diga si algunos de los ‘ofertantes’ tienen algo mas que exhibir que trascienda las posiciones de faraónicas arrogancia, prepotencia y altanería de los que malinterpretando las funciones de mandaderos del pueblo ahora le niegan el derecho que tiene a pedir cuentas y en cualquier momento hasta echarlos a las profundidades de los abismos de su procedencia.
Me llama particularmente la atención el ruido que hace gente que hasta ahora no había tenido una segunda oportunidad de desnudarse en publico; gente cuya impudicia se evidencia ahora como uno de los secretos mejores guardados, así como su desprecio por quienes no hemos tenido la dicha de descender de ‘rancias y nobles sociedades’ que de tiempo en tiempo, en un gangrenoso proceso evolutivo, generan especies de sepulcrales virtudes.
Esas ruidosas manifestaciones, propias de almas angustiadas, me llevaron a viejos estantes y traer a estos tiempos la armonía y quietud del pensamiento de Tagore, y de otros no tan lejanos en el tiempo que desde una perspectiva mas moderna analizan y tratan de profundizar en la antigua historieta de la Carreta Vacía, para descifrarnos el mensaje del padre que hace notar a su hijo que no solo escuchan el ruido de un carricoche, sino que además, aunque no esta a la vista, se desplaza sin carga alguna… que es una carreta vacía.
Un relativamente joven periodista español apellidado Aguiló se refería a este pasaje diciendo que ‘quien profundiza en las cosas suele hablar con prudencia y con mesura’, y ‘que quienes hablan a la ligera y hacen juicios precipitados sobre las personas o los asuntos, suelen hablar demasiado; que se trata de personas que con su alma vacía hacen chirriar el ambiente en todo su entorno, como las carretas vacías’.
Como todos hemos participado del triste espectáculo montado en el tablado de nuestra política vernácula, voy a dejar en sus manos este trozo de nuestra literatura, cuyo autor aun anda perdido en las brumas del tiempo, como perdido estarán siempre quienes no perciban la luz de los nuevos tiempos.
Miguel Vargas, primero, y luego el candidato del Partido Reformista, Amable Aristy, han dicho que no tienen nada que les impida participar de un debate en el que teniendo a la Nación como testigo, transparentar ante las cámaras de la Televisión todo cuanto en estos momentos constituya tema de oferta electoral, incluyendo aquellos temas que eventualmente pudieran tocar puntos neurálgicos de sus actividades publicas o privadas.
En vez de resultar en una gran oportunidad para convencer al electorado de las bondades de cada oferta, el vocablo “debate” ha devenido en una mala palabra con connotaciones mas allá de lo que podría significar llamar ‘hijote’…” a un cibaeño y logrado desatar los pichones y demonios del insulto, la diatriba, la maledicencia, la descalificación y no sabría ya decir cuantas cosas mas salidas del putrefacto infierno en que habita la conciencia de quienes estimábamos gente sobria y hasta educada.
Ha provocado tanto ruido la reiterada solicitud del dichoso debate, que casi consigue acallar las voces de quienes piden que se les diga si algunos de los ‘ofertantes’ tienen algo mas que exhibir que trascienda las posiciones de faraónicas arrogancia, prepotencia y altanería de los que malinterpretando las funciones de mandaderos del pueblo ahora le niegan el derecho que tiene a pedir cuentas y en cualquier momento hasta echarlos a las profundidades de los abismos de su procedencia.
Me llama particularmente la atención el ruido que hace gente que hasta ahora no había tenido una segunda oportunidad de desnudarse en publico; gente cuya impudicia se evidencia ahora como uno de los secretos mejores guardados, así como su desprecio por quienes no hemos tenido la dicha de descender de ‘rancias y nobles sociedades’ que de tiempo en tiempo, en un gangrenoso proceso evolutivo, generan especies de sepulcrales virtudes.
Esas ruidosas manifestaciones, propias de almas angustiadas, me llevaron a viejos estantes y traer a estos tiempos la armonía y quietud del pensamiento de Tagore, y de otros no tan lejanos en el tiempo que desde una perspectiva mas moderna analizan y tratan de profundizar en la antigua historieta de la Carreta Vacía, para descifrarnos el mensaje del padre que hace notar a su hijo que no solo escuchan el ruido de un carricoche, sino que además, aunque no esta a la vista, se desplaza sin carga alguna… que es una carreta vacía.
Un relativamente joven periodista español apellidado Aguiló se refería a este pasaje diciendo que ‘quien profundiza en las cosas suele hablar con prudencia y con mesura’, y ‘que quienes hablan a la ligera y hacen juicios precipitados sobre las personas o los asuntos, suelen hablar demasiado; que se trata de personas que con su alma vacía hacen chirriar el ambiente en todo su entorno, como las carretas vacías’.
Como todos hemos participado del triste espectáculo montado en el tablado de nuestra política vernácula, voy a dejar en sus manos este trozo de nuestra literatura, cuyo autor aun anda perdido en las brumas del tiempo, como perdido estarán siempre quienes no perciban la luz de los nuevos tiempos.
La carreta vacía:
-Caminaba despacio con mi padre, cuando él se detuvo en una curva y, después de un pequeño silencio, me preguntó:
“Además del canto de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?”.
Agucé el oído y le respondí: “Oigo el ruido de una carreta”.
“Eso es —dijo mi padre—, una carreta, pero una carreta vacía.”
-Entonces mi padre respondió: “Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto más vacía va la carreta, mayor es el ruido que hace”.
La historia tiene un pasaje final en el que se concluye en que nadie esta mas vació que aquel que esta lleno de su propio yo.
Es una gran pena que muchas de nuestras carretas políticas resulten tan ruidosas porque precisamente estén vacías.
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